Las cosas no se mueven, ni están detenidas, sino
fluyendo en el recuerdo, envueltas en la nostalgia, reconstruyéndose de
fragmentos que se adivinan, armando un tiempo que se ha roto, consumiéndose,
dejando de ser para convertirse en el eco que resuena en los trazos finos,
precisos de Arturo Esparza. Artista plástico que nos revela, nos descubre un
brujo capturado en el grafito, apandado en una celda de madera, con su ojo
único que sólo puede ver una realidad de claroscuros, de memorias que se
acrisolan en cada dibujo que nos devuelve un realismo enloquecedor, absoluto
hasta la obsesión en cada detalle de los objetos que recuerda, que rescata de
la telaraña del olvido.
Esparza nos trae a la memoria, para sacarnos del
marasmo de la cotidianeidad, la cotidianeidad de lo que ha dejado de existir,
transformándose en vacío, en ausencia, en silencio o en nada. Pone ante
nuestros ojos naturaleza muerta, suspendida en su finitud, reviviendo en el
dibujo monocromático característico de esta colección. La cual es una evocación
de memorias, de días que se han sublimado en el suceder de horas, transitando
de una edad a otra, de la infancia a la realidad de la adultez, pasando por la
onírica juventud. Así es como remueve los inocentes fantasmas de la infancia,
de la adolescencia, fantasmas hechos de pura nostalgia.
Es una reunión de cosas que, olvidadas por la
inercia de la vida, van quedando en el rincón, en la repisa, en el patio, en
los lugares más comunes de la casa paterna, de la ciudad devastada, del país
incendiado, cosas que son marcadas por el paso de los años, acumulando polvo y
mugre en su superficie. Son cosas que no se mueren, que no dejan de ser, sino
que latentes quedan, con una brizna de vida, de existencia, en tanto sigan
intermitentes en nuestros recuerdos, en la mirada que, desenfadada, de pronto,
las toca como por casualidad buscando restos de una época que ya nunca más
será. Cosas que reencarnarán siempre en un recuerdo que igual, no obstante,
volverá a consumirse en el olvido, para reencarnar y ser, así, eterno. Como rememorar
a Dimas o a Raymundo, los cariños fraternos que nos remontan a la felicidad de
otros soles, a los fragmentos de una canción única e inagotable que nunca está
completa sino que, hecha de muchas canciones, apenas canturreamos.
La mirada de Arturo Esparza es una mirada
obscena a la realidad, mirada que se vacía mirando para regresar llena de finos
detalles, de microcosmos, de átomos de realidad, esencias de todas las cosas
que fueron y ahora son hechas – de nuevo – por el brujo, el alquimista del
trazo preclaro. Y esa realidad de cosas muertas, olvidadas, mas nunca
abandonadas, son las cosas que no se deben llevar a la tumba, sino que el
artista, como espía de Dios, nos las revela.
Isaac Cisneros
14 de julio de 2013
Ocho y seis pm
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