martes, 4 de marzo de 2014

Fragmentos














Las cosas no se mueven, ni están detenidas, sino fluyendo en el recuerdo, envueltas en la nostalgia, reconstruyéndose de fragmentos que se adivinan, armando un tiempo que se ha roto, consumiéndose, dejando de ser para convertirse en el eco que resuena en los trazos finos, precisos de Arturo Esparza. Artista plástico que nos revela, nos descubre un brujo capturado en el grafito, apandado en una celda de madera, con su ojo único que sólo puede ver una realidad de claroscuros, de memorias que se acrisolan en cada dibujo que nos devuelve un realismo enloquecedor, absoluto hasta la obsesión en cada detalle de los objetos que recuerda, que rescata de la telaraña del olvido.

Esparza nos trae a la memoria, para sacarnos del marasmo de la cotidianeidad, la cotidianeidad de lo que ha dejado de existir, transformándose en vacío, en ausencia, en silencio o en nada. Pone ante nuestros ojos naturaleza muerta, suspendida en su finitud, reviviendo en el dibujo monocromático característico de esta colección. La cual es una evocación de memorias, de días que se han sublimado en el suceder de horas, transitando de una edad a otra, de la infancia a la realidad de la adultez, pasando por la onírica juventud. Así es como remueve los inocentes fantasmas de la infancia, de la adolescencia, fantasmas hechos de pura nostalgia.

Es una reunión de cosas que, olvidadas por la inercia de la vida, van quedando en el rincón, en la repisa, en el patio, en los lugares más comunes de la casa paterna, de la ciudad devastada, del país incendiado, cosas que son marcadas por el paso de los años, acumulando polvo y mugre en su superficie. Son cosas que no se mueren, que no dejan de ser, sino que latentes quedan, con una brizna de vida, de existencia, en tanto sigan intermitentes en nuestros recuerdos, en la mirada que, desenfadada, de pronto, las toca como por casualidad buscando restos de una época que ya nunca más será. Cosas que reencarnarán siempre en un recuerdo que igual, no obstante, volverá a consumirse en el olvido, para reencarnar y ser, así, eterno. Como rememorar a Dimas o a Raymundo, los cariños fraternos que nos remontan a la felicidad de otros soles, a los fragmentos de una canción única e inagotable que nunca está completa sino que, hecha de muchas canciones, apenas canturreamos.

La mirada de Arturo Esparza es una mirada obscena a la realidad, mirada que se vacía mirando para regresar llena de finos detalles, de microcosmos, de átomos de realidad, esencias de todas las cosas que fueron y ahora son hechas – de nuevo – por el brujo, el alquimista del trazo preclaro. Y esa realidad de cosas muertas, olvidadas, mas nunca abandonadas, son las cosas que no se deben llevar a la tumba, sino que el artista, como espía de Dios, nos las revela.

Isaac Cisneros
14 de julio de 2013

Ocho y seis pm

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